martes, agosto 08, 2006

Cosas de mi novia

Luego señalamos a un tipo tarjeta de crédito, que son esos flaquitos, casi bidimensionales, que caminan con los brazos pegados al cuerpo; un tipo tarjeta de crédito, dijo y me conquistó. A los pocos metros, descubrí un ocho y tenía algo de razón, pero lo mejoró llamándolo muñeco de nieve, sabes de la clase de gordo sin cuello de la que te hablo. Pájaros no valían, demasiado fácil. La paraguas al revés, con esa falda abierta y esa nariz, los cara de vela… así, el diario camino de regreso a casa resultaba nada tedioso.

Siempre procuraba apurar el paso cerca de la vinatería; me había follado a la dependienta, una latinoamericana bastante impresentable que desde entonces me echaba miradas cómplices. Mi novia nunca lo sospechó, la gordi entraba en la categoría general de infollables.

La puerta de la nevera llevaba meses rota, nos ingeniábamos trabándola con un palo de escoba sostenido a presión entre el hueco de la manija y el quicio de la puerta de la cocina; para eso debimos girar el aparato unos cuantos grados, de modo que quedó casi de frente al salón, provisoriamente.

Nos revolcamos en el sofá antes del final del arroz y la serie, nos pusimos particularmente salvajes; ya sabes, cantidad de groserías ensalivadas. Alguno de los dos, o los dos, pateó la fuente de comida, que cayó sobre el artículo de Mamuts rubios del periódico del domingo, una lástima, llevaba días intentando leerlo.
Reímos tropezando hasta el dormitorio, algo más se cayó por ahí, nos mordíamos y desnudábamos. Ya en la cama, hundí mi cara entre sus piernas; estaba empapado cuando me asome desde allí para pedirle, exigirle: ábreme esto un poco más, ábremelo. Para mí fueron palabras nomás, pero ella
interrumpió todo allí, en el acto. Buscó con torpeza la sábana, se medio tapó de un golpe, ofendida. Gritó entre lágrimas que ella no era una cosa, que nada de su cuerpo lo era, repetía.
En silencio salí a la calle, vistiendo sólo zapatos, pantalones y abrigo, ni ropa interior ni camisa; el frío colándose por todos lados. ¿Sería tan baja la temperatura o mi memoria con el tiempo le ha sumado frío?

Después de varios intentos encendí el décimo cigarrillo del día o, como decía ella, el primero de la noche.

Todo esto ocurrió en otros tiempos y en otra ciudad. No sé por qué acabo de recordarlo.


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