miércoles, noviembre 17, 2004

Ópera

Nos lo regaló,
en el Metro de Madrid,
la niña de tres años
una pequeña rubia sentada en la falda de su madre.

Se sorprendió al arrancar el metro
- Estamos entrando en el agujero,
en el agujero de donde salen los trenes…

La mujer sonrió y le anunció,
bajamos en la próxima,
¿sabes cómo se llama la próxima estación?
SOL, se llama SOL.

Después de un silencio, la niña dijo
-Entonces después debe haber una estación
llamada LUNA.


Esto pasó hoy por la mañana.
Ni un día sin poesía.
Y allá tú, que persistes en jugar con fuego
mientras yo ardo.

martes, noviembre 02, 2004

Tom sólo quiere un rato de calma



10:45 en el avión Roma Madrid
hace diez minutos que esto tiembla,
una turbulencia insistente de la que no se salvan el café, ni el yogur, ni el jugo de naranjas.
La mesa se convierte en una porquería de servilletas de papel ensopadas
el café chorrea hasta mis pantalones,
río divertido,
la comida viene y va
el sobrecargo no deja de decir perdón en italiano.
Culpa de nadie.
Sentados a mil pies dentro de un alado cilindro de metal
con ruido a refrigerador usado -vamos incluso arriba de un cielo Dalí-
no estamos en condiciones de pretender que estas son circunstancias naturales. No.
Mientras limpiamos el charco de líquidos migas dulces y restos de papel,
en las pantallas planas se ve una vieja caricatura de “Tom and Jerry”.
Presto atención.
El gato intenta pasar el rato tendido en una hamaca, tiene un jugo y bastante pereza.
El ratón se empecina en no dejarlo en paz: mete un sapo en el trago, quema las sogas que amarran la hamaca al árbol, arroja al felino por los aires mediante un sistema de poleas y palancas, termina metiéndolo en problemas con un bull dog furioso.
Tom sólo quiere descansar
pero el puto ratón, que debería estar agradecido por conservar aún la vida,
no hace más que violentar cada instante.
El juego se endurece.
De eso se trata a veces.
Ahí está la vida dejándose estar, echada, pastando y nosotros porfiamos en fastidiar.
No sabemos a ciencia cierta el porqué,
al parecer nada nos resulta suficiente,
porque aparece un instante de sosiego y de inmediato lo fastidiamos,
y eso sucede una
y otra y otra y otra vez.
No sabemos respetar la quietud.
Entonces nos metemos y es allí cuando todo se jode
y las cosas no dejan de temblar.