domingo, junio 18, 2006

…de febrero




Ella tiene veintinueve años, largas piernas y el pelo lacio.

Vuelve a casa

sola

camina.

Es madrugada. Otoño.

Piensa en su padre.

También piensa en el resto de sus muertos, los enumera.

Pierde la cuenta enredándose en anécdotas tangentes.

Dos hombres se acercan en sentido contrario.

Uno va contándole al otro una discusión.

Pasan a su lado.

Ella retoma y resume el inventario. No está mal. No son tantos.

Hay gente que...

Siente el aire frío en la nuca, el nuevo peinado.

Entonces recuerda a un antiguo novio; afirmaba que las mujeres se hacen un corte de pelo radical a los treinta años.

Era inteligente, más que ella al menos.

Se lo hacía notar con un movimiento de ojos y un silencio preciso, o tragando saliva cada vez que ella preguntaba una trivialidad. Pequeños gestos, mucho que decir.

Encuentra las llaves.

Gesticula en el espejo del ascensor.

En casa todos duermen y el depósito del retrete pierde agua.

Sentada en la cama, se descalza en dos golpes secos.

Las pantorrillas arden.

Suspira.

Ahora abre los dedos de los pies. Los mueve. Están muy lejos de ella esos dedos. Se distrae con la difusa sombra que proyectan en el suelo. Ya no piensa en otra cosa. Abajo, en la esquina, alguien intenta arrancar un automóvil. Una y otra vez.

No hay comentarios: