jueves, junio 22, 2006
domingo, junio 18, 2006
y todos tan contentos
Un conejo alemán cruza la carretera. Está por cruzar. Avanza. Un neumático americano de un coche japonés lo destripa. Adiós conejo, adiós. En el asfalto la figura cambia en segundos, se achata, se expande, se graba en el pavimento con el paso de otros coches y camiones.
Bernhard conducía, cuando vio al conejo mirarlo a los ojos; evitó una maniobra brusca, por eso del mal menor. Se molestó consigo y con el conejo cuando sintió la vibración debajo del NISSAN gris, modelo del año anterior.
Quince minutos, veinte kilómetros después; Bernhard carga combustible, contempla los surcos de caucho rebosantes de piel y viscosidades. Imagina cómo quedaría un neumático gigante si él, Bernhard, fuera el atropellado en la ruta; de pronto se ve con dos orejas de conejo, cruzando a saltitos. Ríe al pagar el gas. Gran parte del rostro y cuello del empleado de la gasolinera están cubiertos por una peluda mancha morada. El muchacho supone que la risa de su cliente es una burla; se queda con diez euros del cambio.
Bernhard no saca cuentas ni repara en la mancha. Sigue pensando en sí mismo saltando, con orejas de conejo marrón, y así quedan los dos, tan contentos.
Kilómetro cero
Cayeron las hojas sin ser de calendario,
ni de árbol, ni de papel de fumar.
Tal vez nos faltó un corte comercial.
Tal vez nos sobró aquél sofá (IKEA).
No hay quién vea
lo que se veía venir
ya no voy a jugar al off side
porque dejé de llevar en la espalda
el número trece
de la suerte.
De la puta suerte.
Las estatuas odian a las palomas
por eso de la mierda, las alas y la libertad.
La casa es un aeropuerto, un no lugar,
y todo se ha movido bastante desde entonces.
Tal vez nos faltó
un corte comercial,
algunos osos polares
filman comerciales,
algunos cocodrilos hay que terminan en cartera
algunos sapos ¡ay! son manchas en la carretera
y días hay que es mejor olvidar.
Resumiendo,
que el kilómetro cero
es un buen lugar
para terminar las cosas
y pasar a otra cosa mejor.
Para atrás
Ella se peina para atrás
para el pasado,
su nuca nunca deja de pensar
en volver.
Él está cansado
de tanta causa y tanto efecto,
se pregunta qué defecto
lo clavó en este lugar,
lo hizo llegar
hasta este punto.
No hay una historia aquí,
Lo único que tienen en común
es que es de noche
en Madrid.
Eso
y cierto sentido del humor,
a lo peor ella dice que sí.
Es de noche
Es Madrid.
Ella no sabe vestir
de las rodillas para el suelo,
él está por descubrir
que el Che era un asesino también,
saca el póster de la pared,
queda el hueco de papel.
(Ella y él) van a dormir,
por separado,
se fugan así
de esta ciudad, Madrid.
Noche en Madrid
y eso es lo único que tienen en común
que es de noche en Madrid,
eso es lo mismo que decir
que no hay historia aquí.
…de febrero
Ella tiene veintinueve años, largas piernas y el pelo lacio.
Vuelve a casa
sola
camina.
Es madrugada. Otoño.
Piensa en su padre.
También piensa en el resto de sus muertos, los enumera.
Pierde la cuenta enredándose en anécdotas tangentes.
Dos hombres se acercan en sentido contrario.
Uno va contándole al otro una discusión.
Pasan a su lado.
Ella retoma y resume el inventario. No está mal. No son tantos.
Hay gente que...
Siente el aire frío en la nuca, el nuevo peinado.
Entonces recuerda a un antiguo novio; afirmaba que las mujeres se hacen un corte de pelo radical a los treinta años.
Era inteligente, más que ella al menos.
Se lo hacía notar con un movimiento de ojos y un silencio preciso, o tragando saliva cada vez que ella preguntaba una trivialidad. Pequeños gestos, mucho que decir.
Encuentra las llaves.
Gesticula en el espejo del ascensor.
En casa todos duermen y el depósito del retrete pierde agua.
Sentada en la cama, se descalza en dos golpes secos.
Las pantorrillas arden.
Suspira.
Ahora abre los dedos de los pies. Los mueve. Están muy lejos de ella esos dedos. Se distrae con la difusa sombra que proyectan en el suelo. Ya no piensa en otra cosa. Abajo, en la esquina, alguien intenta arrancar un automóvil. Una y otra vez.