lunes, diciembre 06, 2004

menos que cero


no sabrás lo que es morderse los labios
hasta que las gotas en el cuello, tibias
no saldrás del invernadero de cristal
hasta que tu respiración lo haya empañado todo
no te llenarás de barro y estiércol las uñas
hasta tu primer muerto
no desaparecerás
aunque insistas
no soñarás la pesadilla del maquinista aquél
que cada noche se despierta con la imagen de la humeante trompa de la locomotora
y allí delante,

a doscientos metros
a cien metros
a cincuenta metros
un carrito de bebé en las vías
no,

no sabrás lo que es morderse los labios
ni serás uno más en el comedero de desahuciados sin otra esperanza que la de enviar un puñado de dinero a su país y recibir fotos y hablar por teléfono y reírse de cualquier cosa que los sorprenda abriendo bocas de pocos y podridos dientes, porque ser extranjero no cuenta: vale menos que cero
vale menos que cero
no,
no
nunca pasarás la noche en posición fetal en un rincón húmedo de ese galpón abandonado que solíamos cruzar en la ruta y que tanto te asustaba
no dirás perdón
ni tocarás el tiempo, ni reptarás el tiempo, ni te ahogarás de tiempo hasta el vómito jamás
así que por favor
de una vez por todas
deja de respirar bajo el agua
que ese es un asunto de branquias
y yo tengo tanto frío que llevo horas sin sentir los pies

miércoles, noviembre 17, 2004

Ópera

Nos lo regaló,
en el Metro de Madrid,
la niña de tres años
una pequeña rubia sentada en la falda de su madre.

Se sorprendió al arrancar el metro
- Estamos entrando en el agujero,
en el agujero de donde salen los trenes…

La mujer sonrió y le anunció,
bajamos en la próxima,
¿sabes cómo se llama la próxima estación?
SOL, se llama SOL.

Después de un silencio, la niña dijo
-Entonces después debe haber una estación
llamada LUNA.


Esto pasó hoy por la mañana.
Ni un día sin poesía.
Y allá tú, que persistes en jugar con fuego
mientras yo ardo.

martes, noviembre 02, 2004

Tom sólo quiere un rato de calma



10:45 en el avión Roma Madrid
hace diez minutos que esto tiembla,
una turbulencia insistente de la que no se salvan el café, ni el yogur, ni el jugo de naranjas.
La mesa se convierte en una porquería de servilletas de papel ensopadas
el café chorrea hasta mis pantalones,
río divertido,
la comida viene y va
el sobrecargo no deja de decir perdón en italiano.
Culpa de nadie.
Sentados a mil pies dentro de un alado cilindro de metal
con ruido a refrigerador usado -vamos incluso arriba de un cielo Dalí-
no estamos en condiciones de pretender que estas son circunstancias naturales. No.
Mientras limpiamos el charco de líquidos migas dulces y restos de papel,
en las pantallas planas se ve una vieja caricatura de “Tom and Jerry”.
Presto atención.
El gato intenta pasar el rato tendido en una hamaca, tiene un jugo y bastante pereza.
El ratón se empecina en no dejarlo en paz: mete un sapo en el trago, quema las sogas que amarran la hamaca al árbol, arroja al felino por los aires mediante un sistema de poleas y palancas, termina metiéndolo en problemas con un bull dog furioso.
Tom sólo quiere descansar
pero el puto ratón, que debería estar agradecido por conservar aún la vida,
no hace más que violentar cada instante.
El juego se endurece.
De eso se trata a veces.
Ahí está la vida dejándose estar, echada, pastando y nosotros porfiamos en fastidiar.
No sabemos a ciencia cierta el porqué,
al parecer nada nos resulta suficiente,
porque aparece un instante de sosiego y de inmediato lo fastidiamos,
y eso sucede una
y otra y otra y otra vez.
No sabemos respetar la quietud.
Entonces nos metemos y es allí cuando todo se jode
y las cosas no dejan de temblar.

lunes, octubre 18, 2004

IV

Es un gallo,
un gallo de metal oxidado en medio de las tormentas eléctricas.
Todo se sacude
y siente una cosa cada minuto
otra distinta al siguiente.

Octubre



Tengo treinta y tantos años
Héctor también,
pero Héctor murió
esta mañana.
Fue el primero de los contemporáneos en partir.
No fue un tren, ni un automóvil,
ni exceso de drogas, ni un corazón débil;
hubo un cáncer actual, contagioso.
Ya no está aquí.
Sabíamos que sucedería,
también él,
incluso lo supo antes que nosotros.
Cosas que se sienten,
cosas que pasan.
Creí comprender la dinámica de las ausencias cuando mis padres murieron,
igual duele
quiero decir,
ha sido lo mejor,
Héctor flotaba dentro de un cuerpo descompuesto,
olía a jugos podridos.
Un monstruo celular devoraba lo suficiente como para no matarlo del todo
pero Héctor hoy tuvo la suerte que le faltó en años
y murió.
Sí, ha sido lo mejor, debe serlo.
En la calle he visto un libro, una novedad literaria en las vidrieras de “La cueva del lector” y sobrevino el impuslo de llamarlo y contarle,
pero Héctor ya no está ni estará,
al menos no de la forma que necesito.
Necesito.
Mala señal.
Uno de esos enfoques erróneos de los que cuesta salir.
No soy el de antes, llevo tiempo transitando una vida nueva
pensar lo que alguna vez fui
ya no me entristece.
Seguramente he malgastado lustros para llegar hasta aquí.
Lustros.
Los veo como una digna suciedad de sucesivos partos,
hay una luz, eso lo sé
y una hondura reveladora
si esto se olvida todo se derrumba sin importar lo sólido que parezca,
como un viejo edificio,
si se dinamitan determinados cimientos, es cuestión de instantes para que se vuelva escombros,
piedras y fantasmas.
Héctor tardó más que un edificio
pero él no cayó,
se fue, es muy distinto.
Acaba de morir, dos semanas después de cumplir años,
es delicado comprar un regalo para un moribundo.

Le pregunté si deseaba algo en particular,
me pareció lo más sensato.
Pidió una agenda.
Una agenda, asentí.
Le llevé la más grande para que pudiera escribir en la cama del hospital sin dificultad,
recogí una y otra vez la lapicera del suelo como si nada. Escribía, escribía, escribía.
Necesito una agenda, dijo.
Necesito.
Y ahora que el viento acaricia la cortina de mi ventana
y que el frío se hace menos leve y la luz cambia,
ahora que yo también escribo y se vuelan las hojas del escritorio; no me preocupo
porque sé que en el futuro sabremos hacer mejor las cosas.



Qué esperabas de un título

¿Una invitación a la lectura?
¿Una palabra desprendida que se justifique con el correr de las otras?
Esperabas tal vez precisamente eso:
un título, un encabezado que tranquilice,
un cartel en la ruta, una señal que DEBE estar allí,
arriba.
Yo también espero. Por ejemplo, últimamente sucede algo extraño en mi cama doble,
dormito unos minutos, he calculado quince
poco más, poco menos
entonces irrumpe
una pequeña arritmia, un sobresalto más grave que el pequeño vértigo que a todos sobreviene en el ensueño,
no, esto es una pequeña emoción, un susto,
como despertar en el momento justo de dar el paso con el que se deja de hacer pie en el mar, así me siento y abro la boca como un sapo, o un pez japonés
y quedo en ese estado unos minutos, sin forzar nada, pidiendo al cuerpo que lo haga por mí si quiere, si lo necesita;
que se detenga,
que se intensifiquen más los latidos, que no me asustaré ni intervendré,
sólo me aferraré un poco a las sábanas, como en un despegue.
Lo dejo librado al albedrío de mis vísceras,
incluso he llegado a suplicárselo en estas horas,
que lo hagas cuerpo mío, que se termine, vamos, hazlo.
POR FAVOR.
Hazlo, vámonos.
Pero no es un despegue, es un aterrizaje y termino con los ojos quietos en el techo
respirando por la boca
como un sapo o un pez japonés
ahí está, lo sé, la próxima vez que escriba esto, ese será el título

“como un sapo, o un pez japonés”.

Valores

A la señorita Juliana Palermo Valdemar
El Pedroso, Sevilla

Querida Juli mía
Tienes, amor
mío, unas manos
tan bonitas, tan
diminutas, chiquilla
que son un primor
y que me gustan con pasión.


La letra es cursiva,
el fondo sepia
y está fechada en 1911, en septiembre de 1911.
En el frente de la postal se ve una fachada
MADRID – PALACIO DE CRISTAL DEL RETIRO.
La compré en la XVI Feria del Libro Viejo y Antiguo,
pagué dos euros por ella.

Días después
cuando todo se había terminado de hundir
compré un abrigo usado en el Rastro,
un sobretodo gris a veinte euros, no lo dudé.

Hoy mismo, acodado en la barra de un bar, por siete euros bebí tres cervezas más una tostada gratinada con cuatro quesos.
Pienso que las cosas están trastocadas,
todas las cosas,
los valores digo;
también pienso que es demasiado tarde
y que será imposible encontrar un orden,
un mínimo orden que seguramente ya estaba perdido en 1911
pero
tienes, amor
mío, unas manos
tan bonitas
tan diminutas, chiquilla.