martes, noviembre 02, 2004

Tom sólo quiere un rato de calma



10:45 en el avión Roma Madrid
hace diez minutos que esto tiembla,
una turbulencia insistente de la que no se salvan el café, ni el yogur, ni el jugo de naranjas.
La mesa se convierte en una porquería de servilletas de papel ensopadas
el café chorrea hasta mis pantalones,
río divertido,
la comida viene y va
el sobrecargo no deja de decir perdón en italiano.
Culpa de nadie.
Sentados a mil pies dentro de un alado cilindro de metal
con ruido a refrigerador usado -vamos incluso arriba de un cielo Dalí-
no estamos en condiciones de pretender que estas son circunstancias naturales. No.
Mientras limpiamos el charco de líquidos migas dulces y restos de papel,
en las pantallas planas se ve una vieja caricatura de “Tom and Jerry”.
Presto atención.
El gato intenta pasar el rato tendido en una hamaca, tiene un jugo y bastante pereza.
El ratón se empecina en no dejarlo en paz: mete un sapo en el trago, quema las sogas que amarran la hamaca al árbol, arroja al felino por los aires mediante un sistema de poleas y palancas, termina metiéndolo en problemas con un bull dog furioso.
Tom sólo quiere descansar
pero el puto ratón, que debería estar agradecido por conservar aún la vida,
no hace más que violentar cada instante.
El juego se endurece.
De eso se trata a veces.
Ahí está la vida dejándose estar, echada, pastando y nosotros porfiamos en fastidiar.
No sabemos a ciencia cierta el porqué,
al parecer nada nos resulta suficiente,
porque aparece un instante de sosiego y de inmediato lo fastidiamos,
y eso sucede una
y otra y otra y otra vez.
No sabemos respetar la quietud.
Entonces nos metemos y es allí cuando todo se jode
y las cosas no dejan de temblar.

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