No hay caso. Sigo comprando
sombreros para María Antonieta.
Poco que ver, y María Antonieta
ahí, sentada en mimbre, sonriendo falaz porque vuelvo a entrar en la casa y el
paquete delata, la caja redonda habla. Otro sombrero para tan poco tiempo.
Niega y sonríe. Niega con sutileza, porque en su caso el gesto completo caería
en exageración, propiciaría un desenrosque.
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